viernes, 24 de marzo de 2017

Tenemos la carne. Efectismo que mata el estilo.

Por: Manuel Hernández-Samperio.

La vida en las calles de la Ciudad de México ha sido tratada en el cine mexicano en diferentes ocasiones, dando como resultado en la mayoría de ellas, la creación de diferentes personajes que llaman la atención porque se mueven entre lo grotesco y lo irreal. Tenemos la carne nos pone en esta situación para contarnos una historia en donde la sexualidad, el canibalismo y las situaciones que rozan con lo surreal se entremezclan y logran causar que el espectador tome alguna postura respecto a ello. 

Mariano (Noé Hernández) es un hombre que vive en los escombros de una casa abandonadade vez en cuando sale a la calle a recolectar los ingredientes de las "pócimas" que prepara; las cuales, a su vez, cambia por comida (huevos, que come crudos). Una tarde, mientras duerme llegan a su guarida un joven (Diego Gamaliel) y su hermana (María Evoli). Si bien en un principio la simple presencia del hombre les repele, la necesidad de un lugar dónde vivir, les hará aceptar las condiciones que Mariano y su modo de vida les imponen. 

Conforme se irán conociendo entenderán la importancia de cada uno, lo cual dará paso a una relación en donde lo sexual y una buena serie de filias se harán presentes en la recién formada familia de tres. 

La cinta nos sitúa en lo que en apariencia es una ciudad extinta, o al menos en donde todo ha quedado destruido; donde hay pocos sobrevivientes y se ven obligados a hacer cualquier cosa para seguir con vida; y decimos en apariencia porque el espectador podría llegar a otras conclusiones conforme avanza el relato y se van desentramando otros escenarios diferentes al del inicio de la historia.
Antes de analizar el guión hablemos de la excelente creación de atmósferas logradas en el edificio abandonado, pues es gracias a un sobresaliente manejo de la luz y los colores que se emplearon para iluminar cada una de las escenas que se logra un impacto visual, esta iluminación en todo momento cumple con lo requerido para contextualizar en lo que la historia quiere recrear. 

El guión, sin embargo, se enfrenta al gran problema de ser efectista; así como presenta escenas de incesto, también lo hace con la coprofilia y hasta la hematofilia. En un principio todo aparenta tener una justificación dentro de la narrativa que hasta cierto punto va contando una historia, sin embargo, cuando se presenta una muerte, la cinta comienza a naufragar irremediablemente y entonces, todas las filias enumeradas y algunas otras que se irán adhiriendo se hacen presentes sin una razón específica, llevando el filme a un punto del cual ya no podrá salir bien librado y que rompe todo lo ganado, tanto estética, como narrativamente planteado hasta ese momento, da incluso, la impresión, de que a partir de ese momento el director no sabía a dónde quería llevar la historia e hizo un collage de lo ya propuesto. 

Más allá del problema de la historia, se debe mencionar la resaltabilísima actuación de Noé Hernández, quien desde el primer plano en el que aparece está metido en su papel y mete al espectador en su mundo en donde la sinrazón y la decepción por la humanidad rigen sus pensamientos. Su interpretación luce, a pesar de que su personaje tendrá que dar paso a la historia de los hermanos, acompañándola. El trabajo de los otros dos personajes principales, interpretados por Gamaliel y Evoli, está bien logrado. 

Por otra parte está el lenguaje audiovisual empleado, gracias al cual se logra que la cámara se convierta en un personaje más dentro de la historia, así, nos deja ver cierta experimentación en movimientos y seguimientos a los personajes. A través de diferentes planos secuencia nos va mostrando el lugar en donde viven y al mismo tiempo nos acerca a algunos detalles de sus acciones. Tampoco duda en poner en primer plano las reacciones o cosas más específicas, como genitales, con la clara intención de incomodar al espectador (fallido en la mayoría de las ocasiones). 

Otro aspecto a mencionar es el sonido, el cual cuenta con una buena edición y en donde la banda sonora fue elegida para hacer que contraste con lo que se muestra a cuadro, un punto interesante si se disfruta de la música y de los efectos sonoros dentro del cine. 

Tenemos la carne es una película que se disfruta mucho más por su forma que por su fondo. Es cierto que en la trama se incluyen diferentes escenas que pretenden escandalizar mediante el efectismo mencionado a las audiencias, pero después de un tiempo se nota que están ahí para cumplir con ese objetivo, pero no porque hagan avanzar una trama o contribuyan a la narración de la cinta. Lo que se gana en el uso de iluminación, los movimientos de la cámara o las actuaciones, queda de lado con una historia que inicia bien, pero llegando a un punto comienza a caer sin nada que la detenga. Polémica sí, no dejará indiferente al espectador, eso es un hecho, pero con grandes vacíos narrativos.

Tenemos la carne, Emiliano Rocha Minter, México, 2016, 79 mins. Con: Noé Hernández, Diego Gamaliel, María Evoli, et. al.



No hay comentarios:

Publicar un comentario