jueves, 20 de octubre de 2016

Potosí. Retrato (actual) de la violencia mexicana.

Por: Manuel Hernández-Samperio.

El narcotráfico en México, hasta antes del 2006, había sido un tema del que apenas se hablaba, en donde esporádicamente se anunciaba que habían capturado a algún capo importante de la mafia, pero en general no existía más información, se podría decir que en el país los cárteles convivían en paz. Fue hasta que Felipe Calderón decidió declararle la guerra al narcotráfico, beneficiando más a unos que a otros, cuando la violencia comenzó a desatarse por todo el país. Potosí de Alfredo Castruita es una cinta en donde se reflejan y enumeran, unas cuantas de las consecuencias que la violencia ha provocado en la sociedad.

Todo inicia con el llanto de una mujer extinguido por un disparo, la pantalla en negro no hace más que llenarnos de incertidumbre. Después inician las historias: tres que se irán entrelazando para dar vida a la trama de Potosí. El viejo Rogelio (Margarito Sánchez) que vive solo en su rancho a las afuera de una ciudad del norte del país. Las tierras desérticas en donde habita son el escenario ideal para que las fuerzas (tanto militares o policiacas, como del narcotráfico) vayan a tirar cadáveres o cometer crímenes. El viejo es el único testigo de la situación.

Javier (Gerardo Taracena) y Estela (Arcelia Ramírez) son una pareja que enfrenta problemas con el dinero. Ella trabaja en una oficina como secretaria, él es desempleado y para ganar algo se mete en negocios turbios. La relación que protagonizan está plagada de dominación y violencia de él hacia ella, quien parece estar resignada al trato que recibe, su hija es testigo de esta relación violenta y destructiva. Finalmente está Ponce (Aldo Verástegui) y Verónica (Alicia Couoh), una pareja de jóvenes que enfrentan la violencia que los rodea tratando de trabajar, a pesar del amor que se tienen ella tiene de amante a un sargento que ha llegado al lugar.

Potosí nos plantea un guión en donde cada una de estas historias se irá desarrolla en apariencia de manera independiente, para después, gracias a los diferentes giros que se le van dando a la trama, terminar entrelazadas de forma que es preciso conocer una para poder adentrarse en la otra, o en su defecto, echando mano del efecto Rashomon, ir aclarándole de manera excelsa muchas de las acciones que sucedieron en algún momento y que al parecer no tenían conexión. La forma en que el guión plantea las acciones, es realmente destacable, pues convierte las tres historias en una sola en donde todas tienen el mismo peso y en donde, cuando el espectador tenga algo por seguro, las acciones le demostrarán que las cosas no son como lo pensaba, desentramando sorpresa tras sorpresa. 

Sin embargo, ese mismo guión muy bien estructurado adolece en los diálogos, los cuales en diferentes ocasiones se sienten poco verosímiles en boca de quienes los pronuncian, en otras ocasiones se perciben un poco exagerados y en otras más terminan por hacer algunas reflexiones innecesarias, que ne ocasiones no hacen más que volver a explicar todo lo que ya se vio a cuadro.  

El aspecto de las actuaciones es otro de los puntos interesantes de la citna, pues cuenta con un excelente reparto y se logra tener momentos en dondela tensión,, la violencia o el suspenso demandan en gran medida a los actores, quienes en su mayoría logran responder de buena forma, sin embargo, hay algunos momentos en donde esas actuaciones caen en ciertas exageraciones rozando con el tono melodramático al que nos tienen acostumbrados las telenovelas, se da esa sensación en específico cuando dos de las mujeres caminan llorando hacia la cámara, que las sigue con un dolly out.

La fotografía también está bien planteada y explota de buena forma cada uno de los espacios en los que se encuentra, cuando la locación es la casa del viejo se aprovechan los paisajes y los atardeceres campiranos; cuando se está en la casa de las otras dos parejas se muestra que se utilizó lo mínimo para darle una verosimilitud mayor a los escenarios. Esto se acompaña del uso de la cámara, que muestra diferntes ritmos para cada una de las historias, puede notarse mucho más en los planos más extensos empleados con el viejo y la cámara en mano que impera cuando aparece Ponce a cuadro.

La controversia con Potosí seguramente se abrirá por el contexto de violencia que retrata, en ningún momento se menciona la palabra narcotráfico o mafia, pero se siente, las acciones están invadidas de ella; consideramos que siempre es necesario tener este tipo de historias, no por lo cruentas que pueden llegar a ser, en donde se exhibe lo malo de los mexicanos, sino porque reflejan heridas que siguen abiertas (el hecho de que en los medios no se hable de ello, no significa que no existe) y siempre pueden ser una llamada de atención a quienes somos testigos cotidianos de ellos; pero retoma más importancia cuando se introduce en la cotidianidad y la violencia que cada uno de nosotros somos capaces de emanar hacia nuestros entorno, ¿cómo encontrar una solución a este tipo de situaciones? Quizá sea cosa de seguir el consejo que cierra con la cinta: hay que seguir soñando.

Potosí, Alfredo Castruita, México, 2013, 120 min. Con: Arcelia Ramírez, Gerardo Taracena, Aldo Verástegui, et. al. 


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