Por: Manuel Hernández-Samperio.
El panorama mexicano no es el más óptimo desde hace tiempo, y por lo que parece no será mejor para los próximos años. Hemos resaltado en otras reseñas que el desempleo es uno de los temas que con más frecuencia son tomados para realizar historias y llevarlas al cine. En el caso de La delgada línea amarilla, ópera prima de Celso García, ese es sólo el pretexto para introducirnos en una trama que va mucho más allá.
Antonio (Damián Alcázar) se dedica a velar un deshuesadero hasta que un día su patrón se ve en la necesidad de correrlo, pues le es imposible seguir pagando su sueldo para cambiarlo por un perro. La desesperación por sobrevivir en una tierra en donde el futuro es más incierto que las probabilidades de que llueva, lo obliga a aceptar un trabajo en una gasolinera, en ese lugar, la casualidad lo encuentra con un amigo del pasado que le propondrá retomar el trabajo que dejó 25 años atrás: pintar la línea central de las carreteras.
Después de meditarlo algunos días decidirá aceptar la oferta; esta decisión lo llevará a conocer a Pablo(Américo Hollander), Gabriel (Joaquín Cosío), Atayde (Silverio Palacios) y Mario (Gustavo Sánchez Parra), cuatro personajes que al igual que él necesitan el dinero y quienes en la convivencia diaria se convertirán en más que compañeros, removiendo, con su presencia, algunos fantasmas del pasado de Antonio.
La cinta es una comedia que retoma la situación cotidiana del mexicano para contarnos y mantenernos pendiente del viaje que realizarán estos cinco trabajadores. El guión escrito inteligentemente logra hacer que cada uno de los personajes esté bien definido y represente, de cierta forma, las diferentes personalidades inmanentes a la idiosincracia del mexicano: el dicharachero, el inocente, el solidario, el que cree en apariciones metafísicas, entre otros.
El guión plantea situaciones muy apegadas a la realidad, pero siempre buscando tener un toque de comedia, lo cual hace el viaje mucho más ameno. Complementado de manera excepcional con un reparto de lujo que tiene como líder a Damián Alcázar, haciendo mancuerna de nueva cuenta con Joaquín Cosío y acompañados por un Silverio Palacios que le imprime gran gracia a su papel. De quien podría cuestionarse la actuación es de Américo Hollander, quien muestra un vuelve inexpresivo a su personaje.
La fotografía es de destacarse, pues en todo momento lo hace de manera óptima, destacando algunos de los paisajes y los momentos en que se encuentran alrededor de una fogata, pues en ambas situaciones se demuestra un buen uso de la luz. La edición es otro elemento que juega a favor de la cinta, pues le da ritmo y continuidad a cada una de las acciones.
La utilización de algunos efectos especiales también es relevante, pues tienen la capacidad de verse con un buen grado de verosimilitud (acompañado de las buenas actuaciones, un momento de tensión es muestra de ello), que refleja el nivel al que el cine mexicano ha logrado llegar en esta materia. Finalmente el uso de la música es interesante y se puede analizar en dos aspectos, en primer lugar el soundtrack de uno de los personajes, que viene a contrastar con la psicología de sus cuatro compañeros, pues se apoya en el rock y por otro la banda sonora realizada en algunos momentos específicos, la cual en ocasiones se siente sobrante, simplemente reiterando situaciones que por sí mismas tienen fuerza suficiente para transmitir una gama de emociones al espectador.
En síntesis, La delgada línea amarilla es una road movie con una propuesta bastante refrescante, está cargada de elementos que la vuelven entrañable y divertida, no es pretenciosa, además está acompañada de un reparto que ha demostrado su calidad en más de una ocasión, aderezada de un toque de realidad en donde será imposible no ver algún guiño de la vida cotidiana retratado en cada uno de los personajes.
La delgada línea amarilla, Celso García, México, 2015, 95 min. Con: Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Silverio Palacios, et. al.
No hay comentarios:
Publicar un comentario