Por: Manuel Hernández.
El caso de Ícaros propone un juego que parte de un viaje mental a la selva cotarricense, en donde un desertor del ejército español lleva poco más de cuarenta años retomando y realizando ritos pertenecientes a los chamanes del lugar. Entre lo que parece una experiencia onírica pero que a la vez se siente tan real se planteará la vida cotidiana en el lugar, y la manera en que los visitantes se adentran en estas experiencias para conectarse con un mundo más espiritual.
Ícaro, en el caso de la película, no refiere al personaje de la mitología griega, sino que de esta forma son llamados los cantos de los chamanes amazónicos, cantos que, dicho sea de paso, son probablemente la ñunica presencia de diálogo, el cual no es necesario para comprender lo que sucede, más aún invita al espectador a crear sus propias hipótesis sobre lo que sucede en la trama.
La película tiene un ritmo en el montaje muy bueno, con una cámara cuyos movimientos son lentos y que aprovechan esta características para introducirse (e introducirnos) de manera sutil en las acciones. La forma en que se retrata a la selva acompañada de los efectos especiales complementan la idea onírica-real de lo que está sucediendo.
Esta historia es, en suma una serie de reflexiones sobre lo onírico-real, sobre lo místico-terrenal y la relación que lleva el ser humano con la naturaleza y con los dioses. Una película que propone más de lo que pudiera verse a cuadro.
Ícaros de Pedro González Rubio, México-Costa Rica- Francia. 2015, 53 min. Con: Marcel Soler, Victoria Fernández Alice Felloni, et. al.
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