martes, 17 de julio de 2018

Ojos de madera. La poesía de la locura.


Por: Manuel Hernández-Samperio.

Las pérdidas, dependiendo de la edad y la magnitud en que suceden, pueden generar diferentes tipos de sentimientos sobre quien las sufre. En la niñez, los padres representan una figura importante y el perderlos de un momento a otro puede significar un evento traumático para el sobreviviente. Ojos de madera es una cinta que parte de esta premisa para contarnos una historia que termina por ser estremecedor.

Víctor (Pedro Cruz) es un niño que acaba de perder a sus padres en un accidente. Tras este suceso será adoptado por sus tíos quienes harán un esfuerzo por integrarlo a su familia y porque el trauma por el que atraviesa sea superado con el tiempo. Sin embargo, el niño parece no poder adaptarse a la nueva vida que se le ofrece, más aún, en su cabeza comienzan a aparecer imágenes del accidente que sufrieron sus padres y que comienza a mezclar con su nueva realidad, lo cual podría generar malos augurios para la incipiente familia.

El filme, que es codirigido por Germán Tejeira y Roberto Suárez, nos retrata desde un punto de vista diferente a lo común, los problemas psicológicos que puede acarrear la pérdida de los padres en la vida de un niño, dando como resultado una cinta que deambula entre el drama y el terror con algunos elementos surrealistas que aderezan y refuerzan las atmósferas que se crean alrededor del personaje principal.

El guión es simple, un niño pierde a sus padres y shock es tan fuerte que lo lleva al borde de la locura, lo cual se presenta a través de diferentes alucinaciones. Sin embargo, son los elementos que visten el filme los que destacan. El primero de ellos es la ambientación de cada uno de los escenarios, los cuales en su austeridad le dan un buen toque a la estética del filme.

El segundo de ellos es el manejo de la iluminación y con ello la fotografía, se debe aclarar que la cinta es en blanco y negro y que en todo momento se logra la creación de diferentes atmósferas que van llevando al espectador al viaje psicótico por el que camina el personaje principal, a través del buen uso de los espacios e inundando en ellas con la oscuridad correspondiente, todo esto se conjunta para incrementar en el espectador esa sensación de encierro y de inestabilidad mental.

Otro de los elementos es la cámara y su uso. Es una cinta en donde la cámara fija es el común denominador, pero en donde el director sabe introducir algunos movimientos cada vez que es necesario. Pero no es sólo eso, sino que a cuadro se cuenta con una buena composición, en donde los elementos que aparecen tienen una buena distribución, simétrica en la mayoría de las ocasiones pero en ello se refleja también el buen uso de los espacios, dando un peso mayor al manejo de la profundidad de campo, logrando con ello, que en todo el cuadro haya acciones. 

Sobre las actuaciones podemos apuntar que ninguno de los personajes luce, sin embargo, esto tiene una razón, pues para el filme lo más importante es el reflejar la locura por la que atraviesa el niño, lo cual se logra a través de alejarse de exigencias histriónicas a los personajes y más bien reflejar las atmósferas creadas alrededor del personaje principal, no se tiene problema, incluso, en utilizar máscaras o personajes que se ocultan bajo el maquillaje, precisamente porque acentúan las atmósferas más allá que buscar transmitir sensaciones a través de sus rostros.

A la cinta, sin embargo, se le pueden reprochar algunos elementos, el primero de ellos es el ritmo lento que impera en cada uno de los encuadres, esto en ocasiones se siente innecesario, es decir, se alargan algunas escenas cuando ya han transmitido lo que se buscaba. Esto deriva en que en ocasiones el ritmo no sea óptimo y se sienta aletargado. 

El otro elemento es la música, la cual a pesar de ser una buena selección que acompaña a las acciones y sobre todo, a las atmósferas, es empleada en demasía, lo cual provoca cierta saturación en el espectador derivado de que los elementos que aparecen a cuadro muchas veces son suficientes como para adherirle más a través del aspecto sonoro.

Ojos de madera es un ejercicio cinematográfico que retoma en muy buena forma un tema que se ha vuelto ya muy recurrente (los traumas psicológicos) y lo lleva de buena forma apoyado de diferentes elementos técnicos que alcanzan la creación de diferentes atmósferas y es en ellas en donde se asienta el peso de la historia. Sin duda es un filme que va llevando al espectador por el mundo onírico del personaje principal, envolviéndolo y manteniéndolo al pendiente de lo que sucederá en la siguiente escena.

Ojos de madera, Roberto Suárez, Germán Tejeira, Uruguay-Venezuela, 2017, 63 mins. Con: Pedro Cruz, Florencia Zavaleta, César Troncoso, et. al.



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