viernes, 13 de abril de 2018

Ploey, cabeza de chorlito. Adaptarse o morir.

Por: Manuel Hernández-Samperio.

La naturaleza nos ha enseñado que siempre mantiene un equilibrio entre cada una de las especies y que siempre hay un
depredador que a través de las condiciones tanto del entorno como físicas que va a imponer su autoridad sobreviviendo a partir de las especies menos aptas. Ploey, cabeza de chorlito es una historia que nos muestra las cadenas alimenticias y que de vez en cuando surgen héroes que le pueden dar la vuelta a esa cadena.

En una isla habita la familia de Ploey, unos chorlitos cuya vida se basa en comer gusanos y realizar diferentes viajes migratorios en busca de un clima propicio para vivir. El padre de Ploey es el lider de la parvada y sabe que tiene que cuidar no sólo de su hijo, sino de su comunidad entera de las garras de Shadow, un gavilán que se dedica a cazarlos, sin embargo, cuando intentan acabar con el depredador algo sale mal, sembrando en Ploey el miedo a volar.

Cuando la parvada tiene que emigrar, por diversas circunstancias Ploey no puede volar con ellos, quedando abandonado deberá ponerse a salvo antes de que el frío o los pájaros hambrientos puedan hacerlo su presa.

La cinta dirigida por Árni Ásgeirsson, nos plantea la situación común de la naturaleza en donde el más apto logra sobrevivir, y lo hace a través de una historia que se asienta en arquetipos señalados por Vladimir Propp en sus estudios sobre los cuentos populares y otras ocasiones similares a los del Rey León, que a su vez se basa en la propuesta de Macbeth de Shakespeare. Un niño cuyo padre es el líder de la parvada, quien muere instaurando en el infante la culpa. A la vez el héroe, en este caso Ploey, realizará un viaje que le permita conocer a sus amigos, quienes le ayudarán a conseguir el objetivo de sobrevivir. En este aspecto, los personajes están bien delineados, en cuanto a su psicología, las motivaciones que tienen para realizar las acciones y los objetivos que buscarán cumplir.

La trama tiene además, el acierto de hacer algunas reflexiones: el ayudar a los demás en algún momento puede traer cosas buenas a quien hace el bien; la supervivencia a la que están obligadas todas las especies en su hábitat natural y derivado de ello, la muerte como una constante que impera en cualquier ser vivo.

En cuanto a la dirección a través del uso de los planos, la cinta lleva al espectador a adentrarse en buena forma a la trama de la cinta, destacan los momentos en que se presentan los vuelos de los personajes. Además, la edición también aporta elementos que desembocan en un ritmo continuo que nunca cansa y que ayuda a contar de manera efectiva la trama.

Sin embargo, la misma cinta se enfrenta con algunos detalles como el contar con una trama que se vuelve predecible conforme entendemos el planteamiento principal, una vez que entendemos el juego de protagonista-antagonista y el compañero del primero, sabremos hacia dónde se dirigirá la trama y cómo terminará.

Por otra parte, la música es un elemento que está sobreexplotado, aparece durante casi toda la historia, en muchas ocasiones logrando que los efectos o reacciones que pueda causar mediante lo visual queden atenuados debido a la presencia de ella. Es importante señalar que es de muy buena manufactura, pero el exceso en su uso deja la sensación de desviar la atención en la trama y que incluso podría disfrutarse de mejor manera si es por separado a la cinta.

Ploey, cabeza de chorlito, es una película que tiene gran peso y acierto al presentar una historia que refleja en buena medida el comportamiento de la naturaleza. Entendiendo que el principal público de la cinta serán los niños, está cargada de buenos mensajes y una historia que se deja contar y disfrutar de principio a fin. Si se busca en ella una historia que entretenga y que enseñe, es una buena opción, pues lo cumple a cabalidad, sin embargo, si lo que se busca son giros en la trama o una propuesta más elaborada alejada de lo convencional, entonces no sería lo recomendable.

Ploey, cabeza de chorlito, Árni Ásgeirsson, Islandia-Bélgica, 2018, 83 min.


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