Por: Masiel Rico Landa.
El VIH-SIDA ha sido una enfermedad lamentable constantemente
relacionada con el mundo de la homosexualidad y a su vez ha sido un motivo
importante de repetidos casos de discriminación que ha sufrido esta comunidad.
Durante la época de los 90, surgió una intensa rebelión de la comunidad LGBT en
busca de su aceptación e inclusión en las diferentes sociedades y el respeto a
sus derechos como personas. Robert Campillo nos muestra a través de su filme
120 latidos por minuto, una importante parte de esa lucha, especialmente en la
comunidad homosexual francesa con VIH.
Act Up es una asociación francesa creada por homosexuales
contagiados de VIH-SIDA, que a través de diferentes manifestaciones, exponen
los actos que consideran injustos y luchan en contra de la indiferencia social
y de su gobierno. En este contexto nos convertimos en testigos de la vida de
Sean (Nahuel Pérez Biscayart), uno de los integrantes más aguerridos del grupo,
y de su romance con su recién llegado compañero Nathan.
Es la historia de este joven el punto medular de la película ya
que también refleja y exhibe las vivencias de otros personajes que se
encuentran en las mismas condiciones y a su vez nos permite conocer sobre los
métodos y acciones de la Asociación de la que forman parte.
Con una narrativa lineal, Campillo nos guía por las vivencias del
protagonista, pasando por momentos divertidos y de placer, así como por puntos
críticos, tanto del personaje como del contexto en donde se desarrolla la
historia, haciendo una buena mezcla entre lo socio-político y el romance.
La mayor parte de la cinta se desarrolla durante las reuniones de
la asociación y sus acciones y aunque éstas en general brindan importante
información, a ratos también representan un problema para el filme, pues su
larga duración puede provocar la distracción y/o aburrimiento del espectador,
en algunos casos por su poca
relevancia en la historia, pudieron omitirse sin
afectar a la película, a pesar de ello, su presencia alarga la trama haciéndola
un tanto pesada hacia el final.
Debido a este último punto el ritmo de la cinta se vuelve poco a
poco lento. En contraste con ello, la evolución del protagonista que se refleja
en el aspecto físico y emocional avanza de buena forma, guiándonos atinadamente
al desenlace, el manejo que se le da este personaje lo lleva a tomar relevancia
conforme avanza la trama, pues en un inicio el personaje se presenta de forma
sutil.
La música juega un buen papel en el desarrollo de la cinta,
acompaña en buenos momentos a la acción y a la vez construye buenas atmósferas,
principalmente en las fiestas, que son parte de la historia y que se utilizan a
manera de transiciones.
La fotografía también cuenta con momentos relevantes pues en
compañía del audio da un toque artístico a
varias escenas, haciendo uso de
contraluces, el uso de espacios amplios y una paleta de colores llamativos que
transmiten el ambiente que se quiere mostrar a la audiencia. Por el contrario,
también existen algunas escenas donde es la oscuridad el mejor elemento visual
ya que permite la construcción de atmósferas más íntimas e incluso eróticas.
Finalmente Robin Campillo dirige de manera efectiva a sus
actores, consiguiendo que cada acción tenga veracidad y fluidez, esto aunado a
las buenas actuaciones de los intérpretes, especialmente de su protagonista
Sean, quien adopta eficazmente su papel y logra transmitir tanto su vigor al
inicio de la historia como el cansancio y desgaste físico y emocional a lo
largo de la cinta.
Así, durante sus 144 minutos de duración, 120 Latidos por minuto
nos muestra diversas circunstancias que vivió la comunidad homosexual infectada
con el virus del SIDA en Francia a principios de los años 90 y al mismo tiempo
busca generar empatía y simpatía en el espectador, contándonos mediante su
protagonista, la que pudo ser sin duda la historia de lucha de muchos que
arriesgaron la vida, en aras de conquistar beneficios, ser considerados como
personas con los mismo derechos y de poder vivir como personas comunes y
corrientes.
120 Latidos por minuto, Robin Campillo, Francia, 2017, 144 min. Con: Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois, Adele Haenel, et. al.
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