domingo, 25 de septiembre de 2016

La niña de la los tacones amarillos. O perder la inocencia con el progreso.

Por: Manuel Hernández-Samperio.

La virginidad femenina es un tabú que ha sido difícil de disipar en las sociedades, y en especial en aquellas que tienen la característica de ser conservadoras. En algunos lugares se le da tanta importancia que la carencia de ella provoca estigmas con respecto a la mujer en cuestión. A bote pronto en la literatura latinoamericana podemos encontrar historias como Santa de Federico Gamboa (también adaptada al cine) o Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, en donde esta situación es retratada como la desgracia de alguno de los personajes augurándoles una vida difícil. Partiendo de esta situación encontramos a La niña de los tacones amarillos de María Luján Loioco.

En un pueblo en Jujuy, Argentina se realizará la construcción de un hotel, hecho que es visto por los lugareños como la llegada del progreso al lugar. Durante un año los oriundos del lugar tendrán que convivir con esta situación y con los trabajadores encargados de edificar el hotel. Entre esos pobladores  se encuentra Isabel, una niña de 15 años quien junto a su madre ha conseguido permiso para vender comida a los visitantes y así ayudarse con los gastos en casa.

En este nuevo trabajo Isabel tendrá la oportunidad de interactuar con uno de los trabajadores, de quien comienza a enamorarse, haciendo que experimente nuevas cosas que ella cree que tienen que ver con el amor, pero que le traerán algunos problemas con sus amigos y su familia.

La cinta plantea una historia simple cuyos alcances van más allá de lo que aparenta. Parte de presentarnos la pobreza y la rutina de la gente que vive en un pueblo, cuyos pobladores tienen deseos permanentes de ir “a la ciudad” y el choque cultural que representará la construcción y la llegada del “progreso” al lugar, para pasar a la historia de una adolescente que sueña con convertirse en mujer, que experimentará lo que ella cree es su primer amor, dejando en el fondo (pero siempre latente) a una sociedad que juzga, en un pueblo en donde todo siempre se sabe y en donde las apariencias pueden estigmatizar a cualquier persona por ser de una u otra forma.

No está de más decir que hay un gran acierto en la directora al poner la situación social simplemente como una atmósfera que siempre está presente y aunque no se materializa como tal, basta ver el horror de la protagonista para darse cuenta que además de la historia que ha vivido le falta enfrentar el escarnio público ante la imposibilidad de abandonar el lugar.

Otro de los aciertos es ubicar la historia en un pueblo, en donde es claro que los cambios impuestos desde afuera provocan que la vida en ese lugar se modifique, pero en el transfondo social también ayuda pues no solamente se saben todos los chismes sino que las cuestiones morales tienen gran peso cuando una de las cosas que más importa son las apariencias ante los demás. En adición a ello se utiliza en buena forma la locación derivando en encuadres que muestran paisajes y escenarios con buenas composiciones y que saben ser explotados para dar una buena presentación ante la cámara.

El ritmo de la cinta es lento, con tomas de larga duración pero no se vuelve pesado ya que en todo momento se le está proporcionando información al espectador, ya sea a través de los diálogos o con las acciones que ocurren a cuadro. La música es otra característica interesante ya que es utilizada para ir acompañando a la protagonista no busca ilustrar sino refleja ese mismo crecimiento al que se va enfrentando, augurando acaso (cuando una cumbia es utilizada como leit motiv) un posible final.

Las actuaciones son el punto en donde puede ser criticable la cinta, ya que Isabel, encarnada por Mercedes Burgos, tiene varios altibajos durante su interpretanción, pues hay momentos en los que es bastante expresiva, pero otras en donde se queda corta para alcanzar lo que desea. Lucas Gauna, quien interpreta al trabajador es plano en toda la interpretación, no muestra gran cantidad de matices. El resto del reparto hace un trabajo acertado, complementando a los personajes principales.

En conclusión, La niña de los tacones amarillos, es una cinta que a simple vista puede parecer una historia sencilla, sin embargo, conforme se va desarrollando y se le van descubriendo algunos de los mensajes ocultos que va proponiendo el espectador podrá ir desentrañando su complejidad ya que trae a colación temáticas que pueden prestarse a la discusión en el contexto de la sociedad “moderna” y los cambios a los que ésta se encuentra expuesta.

La niña de los tacones amarillos, María Luján Loioco, Argentina, 2015, 71 min. Con: Mercedes Burgos, Manuel Vignau, Lucas Gauna, et. al. 


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