Por: Manuel Hernández-Samperio.
El terremoto de 1985 ha sido el más fuerte de lo que se ha registrado en la historia de México. Este suceso no sólo sacudió la tierra, sino a la sociedad entera incluyendo a grandes actores que supieron tomar su lugar en la tragedia o simplemente quedaron rebasados por la misma, por poner un ejemplo, Miguel de la Madrid y su ineficiencia quedaron expuestos ante la organización de la población después de que el presidente rechazara los apoyos internacionales que le fueron ofrecidos. Con todo y todo el sismo sigue siendo tema de mucho dolor y su aniversario sirve para recordar a los caídos y estar alertas para evitar desastres futuros. Es una de tantas historias la que recupera 7:19 el más reciente filme de Jorge Michel Grau.
La mañana del 19 de septiembre la ciudad se preparaba para iniciar un día más dentro de su cotidianidad, en una secretaría del gobierno el lic Fernando Pellicer (Demian Bichir) había citado a su personal un poco más temprano de su hora habitual. Por su parte el velador Martín Soriano (Héctor Bonilla) esperaba a su relevo que se había retrasado. Este par de coincidencias se entrelazarán a las 7:19, hora en que sucedió el temblor que derrumbaría el edificio dejando a estos personajes bajo los escombros, esperando a ser rescatados.
Al darse cuenta de que han sobrevivido y se encuentran juntos, comenzará una difícil convivencia en donde chocarán dos paradigmas opuestos: el viejo de clase baja con el joven de clase alta y tendrán que soportarse hasta darse cuenta de que bajo los escombros ya no hay diferencias.
Esta propuesta, nos presenta una situación en donde lo importante es sobrevivir a pesar de las circunstancias. El director tiene el acierto de iniciar la cinta algunos minutos antes del terremoto y a través de un plano secuencia (que medio deambula por la planta baja de un edificio) introduce a cada uno de los personajes implicados en la historia.
Después del breve planteamiento el guión nos mete de lleno entre los escombros provocados por el temblor para centrarnos en los dos personajes que tendrán interacción por el resto de la trama: el licenciado y el velador. Y aquí es donde empiezan los contrastes, el primero de ellos se da en las actuaciones, en donde Bonilla realiza un papel mucho más desarrollado y logrado que el de Bichir, quien se limita a gesticular, pero que, desde nuestro punto de vista, se ve opacado por la presencia de su compañero y tiene algunas dificultades para que sus reacciones no se sientan forzadas.
El otro contraste que experimenta la cinta y que a final de cuentas termina por ir en detrimento de la historia es el tono que se le ha dado. Es una cinta en donde usar la misma locación, la poca intensidad en la fotografía (que ya analizaremos) y la situación en sí podría ser utilizada para provocar en el espectador la sensación de ansiedad para saber a qué llegará, sin embargo, podemos apuntar que la historia está llena de humor (involuntario tal vez) que le va quitando esa fuerza y la convierte no sólo en una pieza con tintes de comedia, sino también la va perfilando para caer en algunos lugares comunes: el señor que está por jubilarse, las corruptelas de políticos, por poner algún ejemplo.
Esto resalta porque cuando se lo propone, la cinta logra tener momentos de tensión bastante bien manejados, y sin embargo, los difumina con sus chistes. En este aspecto, bien podríamos decir que los diálogos pertenecen a cualquier obra en donde no sea necesario estar bajo los escombros, sino simplemente donde se tenga la convivencia de dos generaciones antagónicas entre sí.
A lo anterior podemos agregarle la forma un poco forzada de hacer que algunos elementos o situaciones ocurran, por casualidad uno de los personajes se encuentra una linterna a escasos metros de donde se encuentra, a ello podemos agregar que se cuenta con pilas y más aún con un recipiente para los líquidos.
Ahora bien, la cinta también cuenta con elementos que la vuelven rescatables, el primero de ellos es el uso de la luz, la cual juega un papel importante pues mientras los diálogos se esmeran en hacer reír, la iluminación se dedica a reflejar y hacer efectiva esa ansiedad de la que habíamos hablado, pues su escasa existencia genera una sensación lúgubre, sabe utilizar lo mínimo para iluminar ciertos elementos y que el espectador vaya preparando algún giro en la historia.
El otro gran acierto de la cinta es el diseño sonoro y la uilización de las voces de las demás personas que se encuentran en la misma situación, es otro elemento que busca crear tensión y fomentar la sensación esquizofrénica en los personajes, herramienta que poco a poco se va diluyendo, pero que refleja incluso el papel oque tomó la radio que le valdría no sólo recuerar su importancia como medio, sino al mismo tiempo ponerse al servicio de la gente que lo requirió. Mención aparte merece el uso de los diversos canales de audio que envuelven las acciones de los dos personajes principales. De esta forma el espectador puede escuchar que unas piedras se mueven a la derecha mientras de la izquierda hay alguien que se queja.
Los efectos especiales utilizados son discretos, a la hora del derrumbe el director sabe cómo alejarse lo sufienciente para que este hecho forme parte de la profundidad de campo desviando un poco la atención y evitando así, se evidencien los cortos avances existentes en la industria mexicana con respecto a los efectos.
7:19 es una cinta que tenía como fin demostrar o al menos acercar a todos aquellos que no lo vivieron a una situación de tensión y nervios constantes, sin embargo, se queda corta en ese objetivo y aunque las actuaciones y los personajes saben del peso que tienen por aparecer el resto de la historia a cuadro son ciertos elementos los que le van quitando fuerza al relato.
7:19, Jorge Michel Grau, México, 2016, 94 min. Con: Demián Bichir, Héctor Bonilla, Noé Hernández, et. al.
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