Por: Manuel Hernández-Samperio.
El quehacer artístico y sus productos tienen entre sus
características el hacer viajar, tanto a quien lo produce como a quien lo
experimenta a diferentes lugares, en la mayoría de las ocasiones este viaje se
realiza de manera metafísica, a través del pensamiento o los estímulos
sensoriales, en otras más, se realiza de forma física. Takeda, cinta dirigida
por Yaasib Vázquez, nos conduce por el viaje de un artista en busca de sí
mismo, de un lugar dónde adaptarse, de un lugar dónde encontrar la inspiración.
Takeda es un pintor japonés al que le ha costado trabajo
adaptarse a los cambios que ha tenido el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. La
sociedad en su país cambió a un estilo de vida vertiginoso pero gracias a su
actividad de artista plástico y la influencia de uno de sus maestros se atrevió
a viajar a México, en donde debía conocer el trabajo de los muralistas, quienes
cambiaron la perspectiva del arte como una herramienta que ayudara a educar a
las masas.
Tras un proceso de adaptación en donde entendió que su vida
estaba lejos de las grandes urbes,
encontró en el estado de Oaxaca, el lugar en
donde podría desarrollar su trabajo y más importante aún, hacer una vida.
La cinta de Vázquez tiene la peculiaridad de sumergir al
espectador en el mundo de Shinzaburo Takeda, pero al mismo tiempo de ir
develando algunos aspectos de la cultura mexicana, para finalmente mostrar las
razones que llevaron al artista a desarrollar su carrera en México, a adaptarse
a la cultura, a las costumbres y al estilo de vida, pero al mismo tiempo
retomar los rasgos del lugar donde se encuentra para producir su obra y alentar
a otros a crear la propia.
El documental mismo hace viajar al espectador por diversos
lugares pues retoma locaciones en Japón,
la Ciudad de México y diversos lugares
del estado de Oaxaca, también en México. Y es a través de una buena cantidad de
testimonios que consigue reestructurar la historia del pintor, en esta misión
no opta por realizar dramatizaciones o reconstrucciones literales de lo que se
describe, por el contrario, la sucesión de imágenes plantea en el espectador la
intención de que sea él mismo quien vaya rellenando esos espacios.
Es un acierto que gradualmente se vaya presentando la obra
del artística, en pequeños segmentos que funcionan como transiciones temáticas
y espacio-temporales. Sin embargo, en todas ellas y en buena cantidad de
ocasiones a lo largo de la cinta se acompaña de música que si bien no choca con
el tono de la película sí se siente como un exceso en el empleo de la misma, en
algunas ocasiones el silencio o el sonido ambiental habría sido suficiente.
La fotografía tiene detalles interesantes, a través de ella
se destaca el colorido tanto de los lugares
como de las obras que se presentan
a cuadro, en algunas ocasiones lograr generar algunas atmósferas que acompañen
la vida del protagonista y puede decirse que en todo momento se encuentra al
servicio de la cinta, no intenta destacar por sí misma, sino hacer destacar lo
que hay a cuadro.
Takeda retoma de forma interesante la vida de un artista que
decidió buscar su lugar en el mundo, dejarlo todo atrás y aventurarse hasta que
la vida misma le ha dado el reconocimiento por su valor y por sus capacidades.
Contada con un buen ritmo, con un montaje que favorece la interpretación del
mismo, e introduciendo a un personaje que podría resultar desconocido para
muchos, es sin duda una cinta que debe ser revisada tanto por sus valores
estéticos, como por el mensaje que lleva.
Takeda, Yaasib Vázquez Colmenares, México, 2016, 95 min. Con: Shinzaburo Takeda, Saúl Castro, Ixrrael Montes, et. al.
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