Por: Manuel Hernández-Samperio.
La industria de los seguros ha desenmascarado en diferentes ocasiones a gente que, haciéndose pasar por enfermo, han logrado obtener grandes sumas de dinero. Un
monstruo de mil cabezas toma como pretexto esta situación para
contarnos una historia plagada de suspenso que consideramos ha sido
infravalorada.
Sonia
Bonet tiene un esposo que padece cáncer, se encuentra en una fase
terminal y para no sufrir mientras espera a la muerte necesita recibir
medicamentos que reduzcan su dolor, el problema es que la aseguradora
encargada de proveer el tratamiento ha decidido negárselo, bajo el pretexto de que su esposo ha recibido mucha medicina y probablemente se trate de un estafador.
La
situación llevará a Sonia a usar sus últimos recursos para convencer a
los doctores de que autoricen el tratamiento para su marido, por lo cual
un fin de semana emprenderá el camino acompañada de su hijo... y una
pistola.
Adaptada por la propia Laura Santullo de su libro con el mismo nombre, encontramos en este filme
una historia que puede sonar muy familiar en un contexto como el
mexicano, en donde los sistemas de salud pública están al borde del
colapso y en donde para hacer efectiva una garantía en la industria
privada es necesario cumplir con requisitos que rayan en lo risorio.
La
necesidad, pero sobre todo el amor y la desesperación de Sonia porque
su marido reciba un tratamiento paliativo, la llevarán a jugarse todo
sin importar las consecuencias de una decisión, las cuales irán aumentando conforme se vayan complicando las acciones, de esta forma lo que parecía una simple charla con un doctor, le llevará (al escuchar su negativa) a un punto en donde ya no habrá retorno, desencadenando con ello, violencia que la llevará a más violencia.
La mayor parte de la historia y el peso de la misma giran alrededor de Sonia, interpretada por Jana Raluy,
quien hace un trabajo destacable manteniendo en todo momento la tensión
del espectador, el resto de los personajes acompaña o se le opone por
lapsos pequeños, pero también hacen un buen trabajo, encontramos entre
los pequeños papeles a referentes como Daniel Gimenez Cacho o Noé Hernández, por mencionar algunos.
La novela queda bien condensada cuando la historia es contada, a través de un guión, en donde todo se ve como un flashback y se tiene la presencia de un narrador (Tenoch Huerta) quien desde una especie de interrogatorio va evocando las acciones a cuadro.
La dirección también es de destacarse, Rodrigo Plá se aparta un poco de lo que ha realizado
en ocasiones anteriores manejando un lenguaje cinematográfico que
favorece el juego de campo-fuera campo y con tomas largas que
privilegian la narración y la imaginación
del espectador sobre la imagen, además de darse la libertad de jugar
con el emplazamiento de la cámara, dando tomas atractivas dentro del
poco movimiento que les otorga.
Sin duda alguna, Un
monstruo de mil cabezas es una cinta que refleja algunas de las
problemáticas a las que nos enfrentamos los ciudadanos de a pie, quienes
en muchas ocasiones somos las víctimas
de las letras pequeñas de los contratos con las trasnacionales, sin
embargo, también refleja la violencia a la que como sociedad nos estamos
enfrentando, al verla no sorprende que existan iniciativas de los
diputados para que todos puedan portar un arma, o al últimas fechas los
"justicieros anónimos", cabría la pregunta ¿hasta dónde nos insensibilizaremos? Y más aún, si es necesaria una respuesta como esta por parte de cada ciudadano al sentirse indefenso ante el sistema.
Un monstruo de mil cabezas, Rodrigo Plá, México, 2015, 74 min. Con: Jana Raluy, Sebastián Aguirré, Hugo Albores, et. al.
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