Por: Manuel Hernández-Samperio.
La industria de los seguros ha desenmascarado en diferentes ocasiones a gente que, haciéndose pasar por enfermo, han logrado obtener grandes sumas de dinero. Un
monstruo de mil cabezas toma como pretexto esta situación para
contarnos una historia plagada de suspenso que consideramos ha sido
infravalorada.
Sonia
Bonet tiene un esposo que padece cáncer, se encuentra en una fase
terminal y para no sufrir mientras espera a la muerte necesita recibir
medicamentos que reduzcan su dolor, el problema es que la aseguradora
encargada de proveer el tratamiento ha decidido negárselo, bajo el pretexto de que su esposo ha recibido mucha medicina y probablemente se trate de un estafador.
La
situación llevará a Sonia a usar sus últimos recursos para convencer a
los doctores de que autoricen el tratamiento para su marido, por lo cual
un fin de semana emprenderá el camino acompañada de su hijo... y una
pistola.

La
necesidad, pero sobre todo el amor y la desesperación de Sonia porque
su marido reciba un tratamiento paliativo, la llevarán a jugarse todo
sin importar las consecuencias de una decisión, las cuales irán aumentando conforme se vayan complicando las acciones, de esta forma lo que parecía una simple charla con un doctor, le llevará (al escuchar su negativa) a un punto en donde ya no habrá retorno, desencadenando con ello, violencia que la llevará a más violencia.
La mayor parte de la historia y el peso de la misma giran alrededor de Sonia, interpretada por Jana Raluy,
quien hace un trabajo destacable manteniendo en todo momento la tensión
del espectador, el resto de los personajes acompaña o se le opone por
lapsos pequeños, pero también hacen un buen trabajo, encontramos entre
los pequeños papeles a referentes como Daniel Gimenez Cacho o Noé Hernández, por mencionar algunos.
La novela queda bien condensada cuando la historia es contada, a través de un guión, en donde todo se ve como un flashback y se tiene la presencia de un narrador (Tenoch Huerta) quien desde una especie de interrogatorio va evocando las acciones a cuadro.
La dirección también es de destacarse, Rodrigo Plá se aparta un poco de lo que ha realizado
en ocasiones anteriores manejando un lenguaje cinematográfico que
favorece el juego de campo-fuera campo y con tomas largas que
privilegian la narración y la imaginación
del espectador sobre la imagen, además de darse la libertad de jugar
con el emplazamiento de la cámara, dando tomas atractivas dentro del
poco movimiento que les otorga.

Un monstruo de mil cabezas, Rodrigo Plá, México, 2015, 74 min. Con: Jana Raluy, Sebastián Aguirré, Hugo Albores, et. al.
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