Por: Manuel Hernández-Samperio.
El despertar sexual de los adolescentes es un tema recurrente en la filmografía no sólo mexicana, sino que podríamos decir que a nivel mundial. Ateniéndonos al cine nacional se puede decir que partir de ello se han derivado comedias que se centran en crear morbo a través de desnudos como Viaje de generación (Gamboa, 2012) o Paradas continuas (Loza, 2009) algunos dramas con un perfil más oscuro como El castillo de la pureza (Ripstein, 1972) o La castración (Löwenberg, 2011) o comedias románticas como Amarte Duele (Sariñana, 2002), sin embargo, el caso de Yo, largometraje de Matías Meyer, aún siendo un tanto introspectivo y oscuro se sale del molde.
Yo es un adolescente que vive con su madre y trabaja para ella en La Colmena, un restaurante ubicado a la orilla de la carretera al que llegan un sinfín de viajeros pero muy pocos permanecen. Pady es un hombre que ha conquistado a la madre de Yo, se ha quedado a llevar las cuentas del negocio, pero no ha logrado ganarse la confianza del muchacho. Las hostilidades entre ellos dos parecen amainarse cuando al restaurante llega Elena, hija de una mujer que ayudará a su madre con los quehaceres del lugar.
La relación que se va dando entre ellos despertará algunas sensaciones en Yo, sin embargo, una decisión de Pady lo obligará a alejarse, dándole por completo un giro a la historia y al final del adolescente.
La película, basada en un cuento de Jean-Marie Gustav Le Clézio, nos presenta a un ser introvertido y lleno de inocencia que, según él, tiene algunos poderes psíquicos que le premiten predecir o solucionar cosas a través de los sueños. Este joven, que parece de mayor edad a la que dice tener es sobre quien recae la historia y quien nos transporta a su mundo.
El filme está claramente dividido en dos partes, lo evidencian las acciones, el uso de la cámara y las locaciones. Durante la primera parte se hace la presentación del personaje y se sugiere que en él algo está cambiando, los planos son largo, pausados, creando una atmósfera que rodea a un personaje con problemas para relacionarse con el mundo y cuya inocencia, que parece detenerlo en su paso hacia la adultez contrasta con su aspecto físico, haciéndolo más interesante.
En la segunda parte del filme, el personaje comienza a perder esa inocencia y da un giro tanto en psicología como en sus compañías, los planos tienen más dinamismo, reflejado en una edición un poco más veloz, con algunos movimientos de cámara, pero sobre todo, presentando más acción a cuadro. Es aquí a donde se presenta un descenlace que nada tiene que ver con las suposiciones que la primera parte podría haber planteado.
Las actuaciones deben ser mencionadas ya que es evidente que se utilizó a actores no profesionales, en algunos momentos, sobre todo en la primera parte, tanto la edición como las actuaciones ayudan a que se lleve un ritmo lento que por momentos da la sensación de que están un poco acartonados, conforme la historia va avanzando, este problema es supero o dejado de lado, gracias a que la historia comienza a explorar caminos que no estaban anunciados.
La fotografía es otro aspecto interesante, pues ayuda a acompañar en buena medida al introvertido personaje, valiéndose para ello de las neblinas y demás factores del lugar, en ningún momento se nota que sea muy sofisticada, lo cual le da un aire mayor a la verosimilitud de las escenas.
Si bien, la anécdota de Yo evaluándola hacia el final parece ser sencilla, es la forma en la que se cuenta y los giros que va dando la trama los que llevan al espectador por un viaje que termina con una sorpresa, si bien se van dando, a través de inserciones, algunas pistas de lo que va a suceder, siempre se crea en la mente de quien lo ve ese interés por saber qué es lo que ha sucedido o lo que pasará. Una propuesta interesante, del despertar sexual de un joven que va rompiendo moldes en su desarrollo.
Yo de Matías Meyer, México-Canadá-Suiza-Holanda-República Dominicana, 2015, 80 min.
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